LOS PESCADORES
En la época en que Curanipe era puerto, en que existían las cinco bodegas y los cinco astilleros, esto generaba trabajo para los hombres del pueblo, sin que nadie se dedicase a la pesca como forma de ganarse la vida. Para ellos era mucho más seguro y mejor remunerado trabajar en estas actividades a partir de los 17 años.
El padre Jofré Rojas anotó en sus apuntes una anécdota en particular para dejar en claro que Curanipe no era un pueblo de pescadores:
“Por la calle van pasando dos hombres con sus herramientas al hombro, pues vuelven de su trabajo en los astilleros- ´¡Esta noche sale pescado señor cura!´ - me dijo uno de ellos y el otro: ´hay veces por carretadas´. Todo esto acontecía en la primera semana de mi permanencia en Curanipe, en enero de 1942...”
Lo que el padre quería dejar en claro, es que sus fieles consideraban común que los pescados saliera solos del mar quedando varados en la playa y así los vecinos los recogían sin un esfuerzo especial.
En Curanipe uno que otro viejo mariscador pescaba con anzuelo y lienza, otros entraban en la Poza en unos botecitos planos y sin quilla llamados “chatas” para calar su red y sacar a los esquivos y deliciosos pejerreyes que no se conseguían de otra manera y de octubre en adelante medio mundo se dedicaba a sacar jaibas mediante unos aros de metal y red llamados “chiguas”, lo que llenaba la orilla de fogatas, ollas y gente comiendo feliz su captura en los atardeceres.
Por contraste en Pelluhue no hubo nunca astilleros; pues entonces, allí sí había desde sus inicios pescadores y buceadores a pulmón.
Agotado el trabajo de construcción naval y necesitando una nueva fuente de subsistencia, un grupo de muchachos depositó sus esperanzas en el mar. La idea ya no era simplemente calar la red o mariscar en las rocas de la orilla, sino ser un auténtico pescador. Este ímpetu se vio acrecentado con la llegada del primer motor de bote de don Jorge Arellano Basagoiti, quien se lo prestó a los hermanos Villaseñor Jara. A partir de allí fueron varios los que se ocuparon de tener motores y redes más modernas, a lo que se sumó la aparición del hilo nylon, dejando de lado los tiradores de lienza o cáñamo. Así, fueron varios los que se sumaron a la actividad pesquera y encontraron en ella una forma de vida, la que fue marcando a generaciones enteras de familias.
En la época en que Curanipe era puerto, en que existían las cinco bodegas y los cinco astilleros, esto generaba trabajo para los hombres del pueblo, sin que nadie se dedicase a la pesca como forma de ganarse la vida. Para ellos era mucho más seguro y mejor remunerado trabajar en estas actividades a partir de los 17 años.
El padre Jofré Rojas anotó en sus apuntes una anécdota en particular para dejar en claro que Curanipe no era un pueblo de pescadores:
“Por la calle van pasando dos hombres con sus herramientas al hombro, pues vuelven de su trabajo en los astilleros- ´¡Esta noche sale pescado señor cura!´ - me dijo uno de ellos y el otro: ´hay veces por carretadas´. Todo esto acontecía en la primera semana de mi permanencia en Curanipe, en enero de 1942...”
Lo que el padre quería dejar en claro, es que sus fieles consideraban común que los pescados saliera solos del mar quedando varados en la playa y así los vecinos los recogían sin un esfuerzo especial.
En Curanipe uno que otro viejo mariscador pescaba con anzuelo y lienza, otros entraban en la Poza en unos botecitos planos y sin quilla llamados “chatas” para calar su red y sacar a los esquivos y deliciosos pejerreyes que no se conseguían de otra manera y de octubre en adelante medio mundo se dedicaba a sacar jaibas mediante unos aros de metal y red llamados “chiguas”, lo que llenaba la orilla de fogatas, ollas y gente comiendo feliz su captura en los atardeceres.
Por contraste en Pelluhue no hubo nunca astilleros; pues entonces, allí sí había desde sus inicios pescadores y buceadores a pulmón.
Agotado el trabajo de construcción naval y necesitando una nueva fuente de subsistencia, un grupo de muchachos depositó sus esperanzas en el mar. La idea ya no era simplemente calar la red o mariscar en las rocas de la orilla, sino ser un auténtico pescador. Este ímpetu se vio acrecentado con la llegada del primer motor de bote de don Jorge Arellano Basagoiti, quien se lo prestó a los hermanos Villaseñor Jara. A partir de allí fueron varios los que se ocuparon de tener motores y redes más modernas, a lo que se sumó la aparición del hilo nylon, dejando de lado los tiradores de lienza o cáñamo. Así, fueron varios los que se sumaron a la actividad pesquera y encontraron en ella una forma de vida, la que fue marcando a generaciones enteras de familias.
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